Por años, Moses Swaibu fue un futbolista profesional en Inglaterra. Hoy, convertido en testigo incómodo del submundo del amaño de partidos, recorre vestuarios y escenarios deportivos para advertir lo que muchos prefieren callar. Su historia no es solo una confesión: es una radiografía de cómo operan las redes de manipulación desde las divisiones menores, donde la vigilancia es escasa y las relaciones personales se convierten en moneda de cambio.
En su testimonio más reciente, Swaibu revela que el amaño no se construye con amenazas, sino con confianza. “Nunca escuché que se ofreciera un soborno o una bonificación a un entrenador, árbitro u oficial. Todo era con los jugadores, simplemente por el riesgo. Una sola conversación con alguien fuera del grupo de jugadores podía derrumbar todo.” La discreción es clave, y el sistema se sostiene en vínculos invisibles: compañeros de equipo, capitanes, entrenadores cercanos. “El fútbol es un negocio basado en relaciones. Tu carácter es clave.”
La cultura de las apuestas, según Moses, está desbordada. El dinero circula en buses, vestuarios y conversaciones casuales. “Si tengo 30 años, por ejemplo, y veo a un jugador joven llegar al equipo mientras juego blackjack en el bus, puedo decirle: ‘Ven, juega una partida’. Él ve que apuesto £1,000. Si luego lo liberan del club, puede acercarse y decir: ‘No tienes que hacer nada’.” Así empieza la seducción: primero con juegos, luego con favores, y finalmente con pedidos concretos. “Solo consígueme el nombre de un jugador por £500.”
El sistema se perfecciona con roles definidos. Moses pasó de ser intermediario a asumir el control de partidos completos. “Todo empezó como grupo. Las primeras interacciones eran conmigo y entre tres y cinco jugadores. Después, cuando amañamos el partido, asumí un rol más senior. Casi cinco partidos seguidos fueron míos.” La lógica es simple: en divisiones bajas, los pagos son menores, pero el control es mayor. “Yo estaba en el nivel cinco o seis, debajo de la Conference. Ganaba £100,000 en efectivo.”
La manipulación no siempre es explícita. A veces se disfraza de ayuda entre compañeros. “¿Y si estás lesionado? ¿Y si debes dinero? ¿Y si tu capitán te pregunta por tus problemas? ‘Toma cinco mil, págame cuando puedas. Solo necesitas pedirle a alguien que… conceda un gol en el minuto 20.’” El jugador no ve el riesgo, solo la solución. “Tenemos esa relación de confianza, donde ya hemos jugado partidos legítimos, peleas por el descenso, todos corriendo y luego tomando cerveza. Lo último en lo que piensas es en mí o en otros. No ves en qué estás metido.”
Pero el sistema no es infalible. Dos jugadores a los que Moses se acercó fueron los únicos casos que salieron mal. Uno fue apartado por su jefe; el otro, Michael Boateng, nunca amañó un partido, pero fue arrestado tras ser vinculado por Moses. “Le di dinero. Lo presenté con Durham. En un mes pasó de no tener antecedentes a ser arrestado.”
La revelación más dura llegó en casa. Nadie sabía lo que Moses había hecho. “Lo supieron por el podcast. Estuve en el podcast de la BBC ‘Confesiones de un amañador de partidos’, que salió en agosto de 2024. Fue la primera vez que mi familia se enteró.” Su madre, su cuñada, sus amigos de hace 15 años… todos lo conocían como “Moses el futbolista”. “Al escuchar la verdad, la sala quedó en silencio.”
Hoy, Moses Swaibu no busca redención, sino prevención. Su historia es una advertencia para quienes creen que el amaño es solo un rumor lejano. Porque como él mismo lo dice: “Todo ese dinero y ese sistema se reduce a una cosa: quién tiene influencia y qué tipo de relaciones mantiene.”








